martes, 1 de mayo de 2018

La historia de un maestro que por error llego al infierno

Murió un Profesor y se fue a las puertas del Cielo. Sabido es que los Maestros por su ser y hacer siempre van al Cielo.
San Pedro buscó en su archivo, pero últimamente andaba un poco desorganizado y no lo encontró en el montón de papeles, así que le dijo: “Lo lamento, no estás en listas.”
De modo que el Maestro se fue a la puerta del Infierno, rápidamente le dieron albergue y alojamiento.
Poco tiempo pasó y el Profe se cansó de padecer las miserias del Infierno, así que se puso a diseñar un Proyecto y un Plan anual de trabajo, planificación de lapso infernal, organizó en un órgano colegiado a los demas miembros, Creó una Asociación Civil de Padres y Representantes, El Comité Escolar de participación infernal, Comunidad Educativa segura, PETEP y PAT, proyecto de desarrollo, Formación y actualización Permanente, comunidad libre de humo, Brigada Ambiental, Centro de Ciencias, carrera infernal, Tecnologías aplicadas a la educación, TIC's, comisión de escalafón, círculos de lectura, infierno siempre abierto, infierno de tiempo completo, infierno saludable y seguro, infierno de calidad, etc etc etc y Manos a la Obra: A realizar mejoras.
Con el paso del tiempo, ya tenía Certificaciones en varias áreas:
Infierno libre de humo, aire acondicionado, inodoros automáticos, escaleras eléctricas, arborización, salud alimenticia, soberanía infernal, centro de computación, techado en el patio, recuperación de cuotas atrasadas, círculos de lectura, círculos de acción docente, grupos de alfabetización, todo tipo de becas, festivales, comprensión lectora, intercambios deportivos, centro de reciclaje, estudiantina, patrulla infernal de tránsito, normas de convivencia, seccionales, coordinadores, bienes infernales, y hasta activación física.
Así que el Maestro se convirtió en la adquisición más rentable en millones de años para el Infierno…
Un día Dios llamó al Diablo por teléfono y con tono de sospecha le preguntó:
¿Y qué…. Cómo están por allá en el Infierno?’
¡Estamos a toda madre !! contestó el Diablo….
Estamos certificados como libres de humo, aire acondicionado, inodoros con drenaje mediante sensor infrarrojo, escaleras eléctricas con control automático de carga, equipos electrónicos para controlar el ahorro de energía, Internet inalámbrico, festivales y desfiles, etc .Hasta recuperé cuotas atrasadas!
Apunta por favor mi dirección de email : eldiablofeliz@ infierno. com
… por si algo se te ofrece. Dios preguntó entonces:
¿Qué, acaso tienen un Maestro allí?
El diablo contestó. Sí
DIOS DIJO:
Esto es un enorme y garrafal error ¡Nunca debió haber llegado ahí un Maestro!.
Los Maestros siempre van al Cielo, eso está escrito y resuelto para todos los casos.
¡Me lo mandas inmediatamente! ‘.
Ni loco! Dijo el Diablo.
Me gusta tener un Maestro de planta en esta organización. .. Y me voy a quedar con él eternamente.
Mándamelo o…… ¡TE DEMANDARÉ!
Y el Diablo, muerto de la risa y aún con la tremenda carcajada que soltó le contestó a Dios:
¿Ah Sí?? …Y por curiosidad. ¿De dónde vas a sacar un abogado, si todos están aquí?

Por un clavo se perdio un reino


(Esta famosa historia se basa en la muerte del rey inglés Ricardo III, cuya derrota en la batalla de Bosworth, en 1485, fue inmortalizada por el célebre verso de Shakespeare, “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”) 
El rey Ricardo se preparaba para la batalla de su vida. Un ejército conducido por Enrique, conde de Richmond, marchaba contra él. La batalla decidiría quién gobernaría Inglaterra.
La mañana de la batalla, Ricardo envió a un palafrenero a comprobar si su caballo favorito estaba preparado.
-Ponle pronto las herraduras -le dijo el palafrenero al herrero-. El rey desea cabalgar al frente de sus tropas.
-Tendrás que esperar -respondió el herrero-. En estos días he herrado a todo el ejército del rey, y ahora debo conseguir más hierro.
-No puedo esperar -gritó el palafrenero con impaciencia-. Los enemigos del rey avanzan, y debemos enfrentarlos en el campo. Arréglate con lo que tengas.
El herrero puso manos a la obra. Con una barra de hierro hizo cuatro herraduras. Las martilló, las moldeó y las adaptó a los cascos del caballo. Luego empezó a clavarlas. Poco después de clavar tres herraduras, descubrió que no tenía suficientes clavos para la cuarta.
-Necesito un par de clavos más -dijo-, y me llevará un tiempo sacarlos de otro lado.
-Te he dicho que no podía esperar -dijo el impaciente palafrenero. Ya oigo las trompetas. ¿No puedes apañarte con lo que tienes?
-Puedo poner la herradura, pero no quedará tan firme como las otras.
-¿Aguantará? -preguntó el palafrenero.
-Tal vez, pero no puedo asegurártelo.
-Pues clávala -exclamó el palafrenero-. Y deprisa, o el rey Ricardo se enfadará con los dos.
Los ejércitos chocaron, y Ricardo estaba en lo más fiero de la batalla. Cabalgaba de aquí para allá, alentando a sus hombres y luchando contra sus enemigos.
-¡Adelante, adelante! -gritaba, lanzando sus tropas contra las líneas de Enrique.
A lo lejos, del otro lado del campo, vio que algunos de sus hombres retrocedían. Si otros los veían, también se retirarían. Ricardo espoleó su caballo y galopó hacia la línea rota, ordenando a sus soldados que regresaran a la batalla.
Estaba en medio del campo cuando el caballo perdió una herradura. El caballo tropezó y rodó, y Ricardo cayó al suelo.
Antes que el rey pudiera tomar las riendas, el asustado animal se levantó y echó a correr. Ricardo miró en derredor. Vio que sus soldados daban media vuelta y huían, y las tropas de Enrique lo rodeaban.
Agitó la espada en el aire. -¡Un caballo! -gritó-. ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
Pero no había ningún caballo para él. Su ejército se había desbandado, y sus tropas sólo pensaban en salvarse. Poco después los soldados de Enrique se abalanzaron sobre él, y la batalla terminó.
Y desde esos tiempos, la gente dice:
Por falta de un clavo se perdió una herradura,
por falta de una herradura, se perdió un caballo,
por falta de un caballo, se perdió una batalla,
por falta de una batalla, se perdió un reino,
y todo por falta de un clavo de herradura.
Citado por William J. Bennett. El libro de las virtudes. Vergara.

El Quirquincho músico


Aquel quirquincho viejo, nacido en un arenal de Oruro, acostumbraba pasarse horas de horas echado junto a una grieta de la peña donde el viento cantaba eternamente. El animalito tenía una afición musical innegable, ¡Cómo se deleitaba cuando oía cantar a las ranas en las noches de lluvia!, los pequeños ojos se ponían húmedos de emoción y se acercaba, arrastrando su caparazón, hasta el charco, donde las verdes cantantes  ofrecían su concierto.
 ¡Oh, si yo pudiera cantar así!, sería el animal mas feliz del Altiplano - exclamaba el quirquincho mientras las escuchaba.
 Las ranas no se conmovían por la devota admiración que les tenía el quirquincho sino que, más bien, se burlaban de él. Aunque nos vengas a escuchar todas las noches hasta el fin de tu vida, jamás aprenderás nuestro canto, porque eres muy tonto.
El pobre quirquincho, que era humilde y resignado, no se ofendía por tales palabras, dichas en un lenguaje tan musical, como suele ser el de las ranas. Él  solo  se deleitaba con la armonía de la voz y no comprendía el insulto que ella encerraba.
Un día creyó enloquecer de alegría, cuando unos canarios pasaron cantando en una jaula que conducía un hombre. ¡Qué deliciosos sonidos! Aquellos pajaritos amarillos y luminosos como caídos del Sol, lo conmovieron hasta lo más hondo; sin que el jaulero se diera cuenta, lo siguió, arrastrándose por la arena, durante leguas y leguas. Las ranas que habían escuchado, embelesadas, el canto, salieron a la orilla de la laguna y vieron pasar a los divinos prisioneros que revoloteaban en las jaulas.
Estos cantores son de nuestra familia, pues los canarios son solo sapos con alas, dijeron las muy vanidosas y agregaron: pero nosotras catamos mucho mejor y reanudaron su concierto interrumpido.
-¡Shsss, esperen!-dijo una de ellas - Miren al tonto del quirquincho. Se va tras de las jaulas. Ahora pensará aprender a trinar como un canario ja ja ja. El quirquincho siguió corriendo y corriendo tras el hombre de  las jaulas, hasta que las patitas se le iban acabando, de tanto rasparlas en la arena.
-¡Qué desgracia! ¡No puedo caminar más que los músicos, se van muy lejos!… ya era noche cuando regresaba a su casa y al pasar cerca de la choza de Sebastián Mamani, el hechicero, tuvo la idea de visitarlo, para hacer un extraño pedido.
- Compadre, tú que todo puedes, enséñame a cantar como los canarios- le dijo llorando.
Cualquier persona que no fuera el hechicero se hubiera reído a carcajada del quirquincho, pero Sebastián Mamani puso la cara seria y repuso: - Yo puedo enseñarte a cantar mejor que los canarios, que las ranas y que los grillos, pero tienes que pagar la enseñanza… con tu vida.
Acepto todo, pero enséñame a cantar le dijo convenido. - Cantarás desde mañana, pero esta noche perderás la vida.
-¡Cómo!... ¿Cantaré después de muerto?, así es le repuso Sebastián.
Al día siguiente, el quirquincho amaneció cantando, con voz maravillosa, en las manos del mago. Cuando esta pasaba, poco más tarde, por el charco de las ranas, se quedaron mudas de asombro.
-¡Vengan todas! ¡Qué milagro! ¡El quirquincho aprendió a cantar!
-¡Canta mejor que nosotras!... -¡Y mejor que los pájaros!...-¡Y mejor que los grillos!... -¡Es el mejor del mundo!...
Y, muertas de envidia, siguieron a saltos tras del quirquincho que, convertido en charango se desgranaba en sonidos musicales. Lo que ellas ignoraban era que nuestro pobre amigo, como todo gran artista, había dado la vida por el arte.

Los motivos del lobo

"Los motivos del lobo" es uno de los poemas más popularmente recordados de Felix Rubén García Sarmiento, mundialmente conocido por su seudónimo Rubén Darío (Nicaragua 1867-1916)


El varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís, está con un rudo y torvo animal, bestia temerosa, de sangre y de robo, las fauces de furia, los ojos de mal: el lobo de Gubbia, el terrible lobo, rabioso, ha asolado los alrededores; cruel ha deshecho todos los rebaños; devoró corderos, devoró pastores, y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros fueron destrozados. Los duros colmillos dieron cuenta de los más bravos perros, como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió: al lobo buscó en su madriguera. Cerca de la cueva encontró a la fiera enorme, que al verle se lanzó feroz contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano, al lobo furioso dijo: ¡Paz, hermano lobo! El animal contempló al varón de tosco sayal; dejó su aire arisco, cerró las abiertas fauces agresivas, y dijo: 
¡Está bien, hermano Francisco! 
Cómo! exclamó el santo?. ¿Es ley que tú vivas de horror y de muerte? ¿La sangre que vierte tu hocico diabólico, el duelo y espanto que esparces, el llanto de los campesinos, el grito, el dolor de tanta criatura de Nuestro Señor, no han de contener tu encono infernal? ¿Vienes del infierno? ¿Te ha infundido acaso su rencor eterno Luzbel o Belial?
Y el gran lobo, humilde: ¡Es duro el invierno, y es horrible el hambre! En el bosque helado no hallé qué comer; y busqué el ganado, y en veces comí ganado y pastor. ¿La sangre? Yo vi más de un cazador sobre su caballo, llevando el azor al puño; o correr tras el jabalí, el oso o el ciervo; y a más de uno vi mancharse de sangre, herir, torturar, de las roncas trompas al sordo clamor, a los animales de Nuestro Señor. Y no era por hambre, que iban a cazar. 
Francisco responde: En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste, mas el alma simple de la bestia es pura. Tú vas a tener desde hoy qué comer. Dejarás en paz rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz! 
Está bien, hermano Francisco de Asís. Ante el Señor, que todo ata y desata, en fe de promesa tiéndeme la pata. El lobo tendió la pata al hermanode Asís, que a su vez le alargó la mano. Fueron a la aldea. La gente veía y lo que miraba casi no creía. Tras el religioso iba el lobo fiero, y, baja la testa, quieto le seguía como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza y allí predicó. Y dijo: ?He aquí una amable caza. El hermano lobo se viene conmigo; me juró no ser ya vuestro enemigo, y no repetir su ataque sangriento. Vosotros, en cambio, daréis su alimento a la pobre bestia de Dios. 
¡Así sea!, contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal de contentamiento, movió testa y cola el buen animal, y entró con Francisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo en el santo asilo. Sus bastas orejas los salmos oían y los claros ojos se le humedecían. Aprendió mil gracias y hacía mil juegos cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía, el lobo las pobres sandalias lamía. Salía a la calle, iba por el monte, descendía al valle, entraba en las casas y le daban algo de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, desapareció, tornó a la montaña, y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma, entre los vecinos y entre los pastores; colmaba el espanto los alrededores, de nada servían el valor y el arma, pues la bestia fiera no dio treguas a su furor jamás, como si tuviera fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo, todos lo buscaron con quejas y llanto, y con mil querellas dieron testimonio de lo que sufrían y perdían tanto por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo. Se fue a la montaña a buscar al falso lobo carnicero. Y junto a su cueva halló a la alimaña. En nombre del Padre del sacro universo, conjúrote dijo, ¡oh lobo perverso!, a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal? Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha, habló el animal, la boca espumosa y el ojo fatal: Hermano Francisco, no te acerques mucho... Yo estaba tranquilo allá en el convento; al pueblo salía,y si algo me daban estaba contento y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas estaban la Envidia, la Saña, la Ira, y en todos los rostros ardían las brasas de odio, de lujuria, de infamia y mentira. Hermanos a hermanos hacían la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, hembra y macho eran como perro y perra, y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos y los pies. Seguía tus sagradas leyes, todas las criaturas eran mis hermanos: los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos. Y así, me apalearon y me echaron fuera. Y su risa fue como un agua hirviente, y entre mis entrañas revivió la fiera, y me sentí lobo malo de repente; mas siempre mejor que esa mala gente y recomencé a luchar aquí, a defenderme y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí, que para vivir tienen que matar. Déjame en el monte, déjame en el risco, déjame existir en mi libertad, vete a tu convento, hermano Francisco, sigue tu camino y tu santidad.
El santo de Asís no le dijo nada. Le miró con una profunda mirada, y partió con lágrimas y con desconsuelos, y habló al Dios eterno con su corazón. El viento del bosque llevó su oración, que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...