
El pobre quirquincho, que era humilde y resignado, no se ofendía por tales palabras, dichas en un lenguaje tan musical, como suele ser el de las ranas. Él solo se deleitaba con la armonía de la voz y no
comprendía el insulto que ella encerraba.
Un día creyó enloquecer de alegría, cuando unos canarios pasaron cantando en una jaula que conducía un hombre. ¡Qué deliciosos sonidos! Aquellos pajaritos amarillos y luminosos como caídos del Sol, lo conmovieron hasta lo más hondo; sin que el jaulero se diera cuenta, lo siguió, arrastrándose por la arena, durante leguas y leguas. Las ranas que habían escuchado, embelesadas, el canto, salieron a la orilla de la laguna
y
vieron pasar a los divinos prisioneros que revoloteaban en las jaulas.
Estos cantores son de nuestra familia, pues los
canarios son solo sapos con alas,
dijeron
las muy vanidosas y agregaron: pero nosotras catamos mucho mejor y reanudaron su concierto
interrumpido.
-¡Shsss, esperen!-dijo una de ellas - Miren al tonto del quirquincho. Se va
tras de las jaulas. Ahora pensará
aprender a trinar como un
canario
ja ja ja. El quirquincho siguió
corriendo y corriendo tras el hombre
de las jaulas, hasta
que
las patitas se le iban
acabando, de tanto rasparlas en la arena.
-¡Qué desgracia! ¡No puedo caminar más que los músicos, se van muy lejos!… ya era noche cuando regresaba a su casa y al pasar cerca de la choza de
Sebastián
Mamani, el hechicero, tuvo la idea de visitarlo, para hacer un extraño pedido.
- Compadre, tú que todo puedes, enséñame a cantar como los canarios- le dijo llorando.
Cualquier persona que no fuera el hechicero se hubiera reído a carcajada del
quirquincho,
pero Sebastián
Mamani puso la cara seria
y repuso: - Yo puedo
enseñarte a cantar mejor que los
canarios, que las ranas y que los
grillos,
pero tienes que pagar la enseñanza…
con
tu vida.
Acepto todo, pero enséñame a cantar le dijo convenido.
- Cantarás desde mañana, pero esta noche perderás la vida.
-¡Cómo!... ¿Cantaré después de muerto?, así es le repuso Sebastián.
Al día siguiente,
el
quirquincho amaneció cantando, con
voz
maravillosa, en las manos del mago.
Cuando
esta pasaba, poco más tarde,
por
el charco de las ranas, se quedaron mudas de asombro.
-¡Vengan todas!
¡Qué
milagro! ¡El quirquincho aprendió a cantar!
-¡Canta mejor que nosotras!... -¡Y mejor que los
pájaros!...-¡Y mejor que los grillos!... -¡Es el mejor del mundo!...
Y, muertas de envidia, siguieron a saltos tras del quirquincho que, convertido en charango se desgranaba en sonidos musicales. Lo que ellas ignoraban era que nuestro pobre amigo, como todo gran artista, había dado la vida por el arte.
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